A veces esta ciudad dormida hace cosas mágicas e inexplicables. Muchas veces, por ejemplo, crecen callejuelas nuevas en mi camino, callejuelas que nunca había visto antes en mi rutina.
Si tengo valor de romper las prisas o de ser algo impuntual, me adentro por esta nueva callejuela que, invariablemente, lleva a un sitio completamente ajeno a la zona de la ciudad en la que se encuentra, lleva a lugares antiguos, con plazas antiguas, estancos antiguos y tiendas de ultramarinos, de las de antes.
Una vez rotas las prisas, una vez recorrida la callejuela, la reconozco y la veo a diario en mi rutina, pero si no me atrevo a romper las prisas, si le prometo volver otro día, la callejuela desparece para siempre, dolida, avergonzada.
Ayer creció una callejuela nueva en mi camino. Rompí las prisas y me adentré. Había una sola tienducha, estrecha, polvorienta, repleta de libros usados, llaveros y bolsos de viaje también usados. Quise entrar, pero comprendí que con ropa de invierno no lograría pasar por aquel pasillo estrecho, pensé que tal vez en verano...
Espero que no desaparezca la tienducha, que no se sienta dolida ni avergonzada, que me aguarde hasta el verano.