
De día permanecía en calma: tan sólo una ola entre millones, silenciosa, ignorada.
De noche emergía apasionada, formando dragones, águias o montañas, en una frenética danza de la vida; llamaba a mi ventana con dedos espumosos, invitándome a participar en el ritual, noche tras noche, a lo largo de los años y de las vidas.
Nuestra cita secreta, nuestra danza salvaje, nuestra locura.