- ¿Y qué tal te va con Mar? -le pregunté después de contarle mis últimas aventuras.
- Bah, la tengo en el bote...
- No me lo puedo creer... ¿en serio?
- Ven y verás -me dijo.
Me llevó a su cuarto. Efectivamente, desde el escritorio, encerrada en un bote (que antes debió de contener garbanzos o alubias cocidas), Mar daba saltitos, agitaba las manos y enviaba besos a mi amigo. Él abrió un frasco de gambitas secas y le echó un par. Luego me condujo de vuelta al salón.
Qué lejos quedaban aquellos tiempos en los que él la perseguía sin descanso, la llamaba a todas horas, le regalaba flores... Qué lejos los poemas que tantas veces me había rogado que escribiera para ella...